Cada producto animal que se vende con un valor añadido (denominaciones de origen, indicaciones geográficos protegidos, producción ecológica…) tiene que cumplir unos requisitos de control, pero la búsqueda de un sistema de trazabilidad de la alimentación que reciben los animales es una asignatura pendiente. Para ello un equipo de investigación del CITA ha desarrollado unas técnicasque «sigan la pista” a lo que come el ganado que luego nos comemos los seres humanos.

Los investigadores aragoneses han comprobado que la carne de aquellos rumiantes que se han criado en pastos tienen una grasa más rica en omega 3 y en Acido Linoléico Conjugado, que tiene propiedades antioxidantes, anticancerígenas, efectos antidiabéticos y reduce el desarrollo de la arteriosclerosis. Además la ingestión de forraje fresco conlleva una presencia de substancias antioxidantes, como la Vitamina E, que permite una oxidación rápida de la grasa y por tanto una mayor estabilidad de las características de la carne, importantísimo para la comercialización.

¿Qué dice la genética molecular?

El equipo del CITA trabaja ahora en la búsqueda de genes que influyan en la composición y en el color de la grasa para su mejora genética. La integración de la alimentación y la genética molecular en la producción animal permite conocer las interacciones gen-nutriente sobre caracteres relacionados con la calidad de la carne, o de la leche, tanto en el aspecto visual, como en su relación con la salud humana.

Esta investigación responde a las necesidades planteadas desde el sector ganadero, ya que en un futuro próximo es previsible que la selección de la leche y de la carne según parámetros de crecimiento (mayor velocidad de engorde, canales más pesadas) y de producción (más litros de leche) pierdan terreno frente a criterios de calidad.