Uno de los componentes fundamentales de las proteínas de las leguminosas es el nitrógeno. En un ecosistema equilibrado, el ciclo natural del nitrógeno provee a la tierra la cantidad necesaria de este elemento para que se desarrollen microorganismos fundamentales para el crecimiento de los cultivos. Sin embargo, en las explotaciones agrícolas este equilibrio se ve alterado porque una apreciable cantidad del nitrógeno fijado en el vegetal no regresa al suelo, lo que produce un empobrecimiento del suelo cosecha a cosecha. Para evitar este debilitamiento del suelo y mantener su fertilidad, se suelen emplear abonos químicos que reponen el nitrógeno como nitrato. El uso de este abono tiene una serie de consecuencias, tanto en el bolsillo del agricultor, como para el medio ambiente.
Existe en la rizosfera, parte del suelo inmediata a las raíces de las plantas, un género de bacterias que fijan nitrógeno atmosférico. Se denominan rizobios (del griego riza -raíz- y bios -vida-). «Las bacterias son capaces de convertir el nitrógeno molecular (N2) en amoniaco (NH3), que ya es asimilable por la planta», explica a DiCYT Daniel Mulas, que coordina el equipo investigación. Este microorganismo, de la especie Rhizobium leguminosarum se fija en forma de nódulos a la raíz de la alubia, con la que convive en simbiosis. A cambio del amoniaco, la bacteria obtiene carbohidratos, fundamentales para su supervivencia.
La iniciativa de los investigadores del Irena, premiada en un concurso de prototipos del proyecto de Transferencia de Conocimiento Universidad-Empresa (T-CUE) de la Junta de Castilla y León, comenzó con la selección de los microorganismos de la especie Rhizobium leguminosarum capaces de nodular y fijar el nitrógeno atmosférico y que estén adaptados a las condiciones ambientales del noroeste de la provincia de León y al norte de la de Zamora (donde se ubica la IGP La Bañeza-León). Este trabajo formó parte de la tesis doctoral de Daniel Mulas. El investigador consiguió cepas de mayor eficiencia del rizobio en este tipo de suelos, en dos trabajos experimentales llevados a cabo en los terrenos de la Escuela Superior y Técnica de Ingeniería Agraria de la Universidad de León y la población de Villamejil (término municipal de Sueros de Cepeda).
A continuación, los científicos desarrollaron el inoculante. Para ello emplearon compost y turba comercial para la adhesión de los microorganismos en el lecho de siembra. Los expertos realizaron un experimento de laboratorio que señaló que la fertilización directa con compost en el suelo mejora la población microbiana y previene el impacto de enfermedades en el cultivo de la alubia (Phaseolus vulgaris).
Ensayos a escala real
En estos momentos, los investigadores están llevando a cabo el trabajo a escala real de los inoculantes desarrollados en los terrenos de Sueros de Cepeda y Jabares de Oteros. Los científicos escogieron estas dos poblaciones porque en la primera es tradicional el cultivo de alubia, mientras que la segunda corresponde a una zona de extensión de regadíos. «Queremos evaluar si la población del microorganismo es diferente en uno y otro lugar». Durante este verano se ha realizado un seguimiento de las parcelas, algunas inoculadas y otras no, para evaluar las diferencias.
Después de la recolección, generalmente en el mes de septiembre, si los resultados del inoculante son positivos, los investigadores comenzarán la fase final del trabajo: el campo de escala de la producción, del laboratorio al mundo empresarial. Para ello, pretenden colaborar con la planta piloto del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (Ifapa) de Andalucía, un equivalente al Itacyl de Castilla y León. La planta está ubicada en Alcalá del Río (Sevilla) y allí comenzará la producción en escala del inoculante.
Daniel Mulas estima que el producto es «comercializable a corto plazo». En la actualidad, ya se emplea en la soja (otra leguminosa) y países como Brasil o Estados Unidos son pioneros en el empleo de esta solución biológica. El experto estima que el inoculante evita el uso de 200 kilogramos de abono de nitrógeno por hectárea. El equipo está formado, además de por Daniel Mulas, por los ingenieros Fernando González Andrés y Daniel Blanco y la investigadora en Microbiología Rebeca Mulas. Fuente: DiCYT
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