Madrid, 15 de OCTUBRE DE ´03. En el año 1973 los países integrantes de la FAO se propusieron erradicar el hambre del mundo en 10 años; en 1996 fueron más realistas y se marcaron como objetivo reducir a la mitad esta lacra en 20 años, para el 2015. A día de hoy, se constata que desde esa fecha tan sólo ha sido posible que el numero de personas malnutridas en el mundo se haya reducido a un ritmo de 8 millones al año; cuando la FAO se propuso que el descenso fuera de 22 millones anuales; aún así mantienen esta previsión de descenso anual de 22 millones de hambrientos menos para los próximos 13 años, cuando al ritmo actual serían necesarios 8 lustros para acabar con el hambre en el planeta.
Por increíble que parezca, el 70 por ciento de las personas con malnutrición viven en zonas rurales, este dato demuestra que los gobiernos no articulan las políticas necesarias para que nadie pase hambre en el mundo. Falta por tanto voluntad política de las grandes potencias, que fomentan el dumping con el liberalismo sin límites, políticas como el Farm Bill y decisiones como las que adopta la Organización Mundial del Comercio. En definitiva se apuesta por una producción agroalimentaria sometida a criterios exclusivamente economistas que implican factores de alto riesgo para la seguridad alimentaria y el medio ambiente. Todo ello está provocando que los consumidores reciban alimentos menos seguros, derivados de un modelo de producción industrial, y a precios cada vez más altos .Como alternativa, COAG defiende la soberanía alimentaria entendida como el derecho de los estados y los pueblos a definir sus propias políticas agrícolas y alimentarias de forma que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas para ellos. Además la soberanía alimentaria fomenta el derecho a una alimentación de calidad y a un precio razonable para todo el mundo, basada en una producción de tipo familiar, que respeta la biodiversidad, la identidad cultural y el medio ambiente.
Sin embargo, la Organización Mundial de Comercio está provocando la desaparición de este tipo de agricultura familiar campesina. La cifras hablan por sí mismas; en los últimos años desaparecen 4.000 explotaciones agrícolas por semana en la Unión Europea y 550 en EE.UU:, además, muchos campesinos del mundo se ven obligados a abandonar sus tierras y desplazarse a las zonas marginales de las grandes ciudades. La Política Agraria impuesta por la OMC no sirve para los productores de los países pobres ni para los ricos, y no soluciona el problema del hambre en el mundo. La manifestación más radical de estas tendencias la encontramos en el hambre; para combatirla, las potencias proponen utilizar la biotecnología como solución, cuando los únicos beneficiados de esta iniciativa serían las grandes multinacionales que gozarían de grandes superficies para cultivar con mano de obra barata. De esta manera se da la circunstancia de que muchos de los países productores y exportadores de alimentos son al mismo tiempo aquellos con más hambre y pobreza. Este es el caso de países exportadores netos como Brasil, India y Argentina. Argentina, por ejemplo, es el segundo productor y exportador de soja transgénica del mundo y sin embargo la mitad de la población vive en la pobreza.
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