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El Corte Inglés

Xabier Iraola Agirrezabala

04/02/2019

Imagino la cara de poker que habrá puesto mi amiga Lurdes, cartera de profesión, al leer la información periodística en la que se afirma que Correos se valdrá de su vasta red de oficinas con 2.396 puntos para prestar otros muchos servicios como pueden ser los financieros, administrativos, etc. en aquellos municipios que, por su reducido tamaño, no cuenten con oficina bancaria u organismo oficial alguno.

Ella, particularmente, se libra de dicha diversificación al contar nuestro pueblo con sucursal bancaria y por lo tanto, releyendo la noticia puede sentirse ciertamente aliviada. Ahora bien, mucho me temo, que los dirigentes de Correos, al menos si las expectativas de negocio se cumplen, no se limitarán a los pueblos sin sucursal y no resultará muy raro que sean los propios carteros quienes, ante la creciente disminución de oficinas bancarias también en las ciudades, sean los encargados de hacer determinadas gestiones con los clientes finales y así, mientras te entrego un folleto publicitario, una carta de la compañía eléctrica y un paquetito de Amazon, la amable cartera te quitará una firma con la que abrir una cuenta corriente para el hijo o la nieta.

Yo, particularmente, cuando leía la noticia me acordé del Corte Inglés de Itsasondo, mi pueblo vecino, donde en los bajos de la casa Ibarre había un establecimiento comercial-hostelero por el que los hipsters actuales beberían los vientos al comprobar que mientras tomabas un vino podías comprar el pan, unas alpargatas y un paquete de garbanzos que se te habían olvidado y todo ello, con un horario amplísimo puesto que la familia vivía allí mismo.

Hace muchos años, en los pueblos, en casi todos diría yo, teníamos de todo y ahora, por una u otra razón, por los cambios legislativos, por el cambio de los hábitos de consumo y finalmente con la omnipresencia de internet, los pueblos, sus servicios y su comercio subsisten a duras penas y en muchos de los casos, son los propios consistorios quienes tienen que interceder, cuando no ceder sus propios locales, para que determinados servicios se mantengan, regalar concesiones de explotación de bares y tienditas municipales y aún así, la cosa está muy, pero que muy cruda.

Desertificaron, ¿o quizás debiera decir desertificamos?, los pueblos y sus comercios que fueron aspirados por la enorme potencia y gran atracción ejercida por los hipermercados situados en las afueras de las ciudades. Las administraciones, más que menos, allanaron cuando no pusieron alfombra roja para su aterrizaje, adaptaron a sus necesidades las normativas urbanísticas, construyeron los accesos a medida y resulta que con la llegada de la última crisis este hipermodelo comienza a resentirse por los nuevos hábitos de consumo que, al parecer, optan por una compra en establecimientos más cercanos, a los que poder acceder fácilmente andando, sin coger el vilipendiado vehículo privado, y donde el acto de compra es ejercitado por una única persona, en vez de ser un acto familiar como viene siendo en los grandes centros comerciales donde el marido y el niño hacen trizas los planes de ahorro de la señora que va pertrechada de su lista de compra.

El modelo del Hiper se resiente y así, tenemos que, según la consultora Kantar Worldpanel,  el hipermercado desciende hasta el actual 13% de la cuota de mercado en la cesta de la compra en el año 2018 frente al 60% que acapara el formato de supermercados y aún así, bastante alejado del aún incipiente comercio online con un 1,6%, al parecer, entre otras cosas, por el peso que tienen los productos frescos en el momento de determinar el lugar de compra. En Euskadi, por mucho que nos creamos diferentes,  tenemos porcentajes parecidos con un 63,7% en supermercados,  19,8% en hipermercados y 16,5% en autoservicios.

La expansión de los supermercados es tal que incluso hay quien comienza a hablar de la burbuja de los supermercados y que se empiezan a vislumbrar los primeros síntomas de agotamiento con un crecimiento del 0,3% bastante menor que los años precedentes donde se daban crecimientos que rondaban el 1,5%. Ahora bien debemos ser conscientes que el crecimiento del formato supermercado imbricado en los propios municipios y ciudades, ha sido impulsado por las propias cadenas de distribución que no han hecho más que adaptar el formato, de hiper a super, siendo su crecimiento a costa de la tienda tradicional gobernada por autónomos y familias que acaban extenuados, cuando no ahogados, por la imparable carrera de megaofertas perennes.

Como decía, simplificando en exceso quizás, el hiper aspiró al comercio urbano, con la crisis los hipers flaquean y las cadenas de distribución se reconvierten en super que se zampan a las pocas tiendas tradicionales que quedaban y ahora, unas y otras, temerosas e inquietas ante el imparable avance de la compra online que amenaza con llevarse todo por delante. Incluso, la vida de nuestros pueblos y ciudades.

Cuando Amazon (la marca de la inquietante sonrisa) y su cuadrilla acaben de rematar a todos, mucho me temo que volveremos a formulas como el Corte Inglés de Itsasondo, experimentos como el de Correos u otras formulas hiperflexibles que yo, al menos, soy incapaz de imaginar.

Aunque puestos a imaginar no estaría mal que mi amiga Lurdes, junto con las cartas y paquetes, nos trajese a casa, todas las mañanas la leche fresca del día. ¡Ahí va la idea, por si Kaiku la quiere hacer suya!.

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