Suponemos lo que debe ser llegar al poder sin esperarlo. Intentamos ponernos en el lugar de quien llega a ser Ministro sin, seguramente, haberlo ni soñado. Estamos dispuestos a aceptar que la herencia que se recibe no suele ser nunca la mejor posible.
Y no perdemos de vista que es difícil hacer cosas nuevas con un presupuesto ya aprobado antes de que uno llegara al cargo (aunque cuesta más trabajo digerir que después de criticar el presupuesto hecho por el Gobierno y por el Ministro anterior, ahora que tiene la oportunidad de cambiarlo, se limite prácticamente a calcarlo).
Por eso, desde estas paginas le hemos dado a Doña Elena Espinosa los primeros 100 días de tranquilidad y alguno más. Sin embargo, ya vamos casi para el año de su permanencia en el Ministerio de Agricultura, lamentablemente, nos tememos que ya ha emprendido el mismo cómodo camino que mucho de sus predecesores: vender en las mesas de las ruedas de prensa los éxitos que no se han conseguido en las mesas de negociación.
Es triste que tengamos que resignarnos con políticos que, en vez de intentar solucionar los problemas de la agricultura (tal y como prometieron en la campaña electoral que iban a hacer), se dediquen a que la agricultura no sea un problema para sus partidos o para sus gobiernos. Por eso (y también, de paso, para colocarse en una posición de salida ventajosa para la siguiente remodelación ministerial) de Ministros de Agricultura se transforman muy pronto en Ministros de Propaganda. La diferencia está en que un buen Ministro de Agricultura trabaja para que su gestión sea buena…, mientras que un buen Ministro de Propaganda centra sus esfuerzos en convencer al personal de que su gestión es la mejor, independientemente de los resultados, y si no puede convencerlos de ello, al menos, persuadirles de que nunca es responsabilidad de su propia incapacidad o de su falta de conocimientos; sino de la herencia recibida, de la insuficiencia de presupuesto, de los compromisos internacionales, de que las competencias son de otro estamento, o de vaya usted a saber qué.
Y mientras que nuestros políticos van de éxito en éxito y de victoria en victoria, mientras que gastan legislaturas y mandatos entre “Libros Blancos” y “Planes Estratégicos” que se esfuman en el aire a la hora de elaborar los Presupuestos de cada ejercicio, nuestra agricultura y nuestro mundo rural se desmantela. Miles de activos lo abandonan año tras año. Cientos de pueblos languidecen y se mueren con los últimos viejos que lo habitan y los que sobreviven, lo hacen a costa de convertirse en pueblos dormitorio y de que sus agricultores se reconviertan en albañiles que pasan la vida a caballo entre el andamio, el coche de línea, y los fines de semana, entre las vertederas y la tijera de podar.
Los jóvenes se han ido del campo. Las primeras las chicas, por mucho que quieran vendernos lo de la incorporación de la mujer a la actividad agraria. Se aburrieron ya hace tiempo (y no sin mucha razón) de hacer punto de cruz para el ajuar y hoy están de cajeras en las grandes superficies de Alcorcón, Badalona, Alcalá de Henares o Sabadell o viven en alguno de los “Rivas Vaciamadrid” de los que hay en España, con la ilusión de entrar a trabajar en el Ayuntamiento.
En las zonas rurales se van quedando los miles de setentones que intentan, cada año por cierto con menor éxito, que los hijos o los sobrinos les ayuden a hacer la vendimia o a coger la aceituna en las vacaciones de Navidad.
Los que habiendo cumplido mas de 40 años lean esto, recordaran que en su juventud en el campo había gente. En cada finca un labrador. En cada camino el sonido de unas esquilas y el ladrido del perro carea. En cada era el trajín de una aventadora. Y en cada huerta, de las varias que había en los alrededores de cada pueblo, el chasquido del azadón abriendo la acequia. Agricultores y pastores que confiaban en que, con buenas tierras o ganado, con mucho trabajo y si el tiempo y la suerte acompañaban, también ellos podrían mejorar su nivel de vida, sin tener que irse a la Estándar Eléctrica.
Hoy, después de tantos años de éxitos ministeriales y de tantas reformas tan beneficiosas todas ellas para el sector agrario; si te das una vuelta por el campo y si es sábado o domingo, con suerte verás un tractor que a toda prisa labra y desaparece poco después.
Puede que nos hayamos dejado llevar un poco de la nostalgia; pero no soñamos con el pasado. Somos conscientes de que el sector agrario no volverá a tener el 50 % de la población activa…, ni lo deseamos. Conocemos que en el proceso de industrialización de los países, la agricultura pierde peso económico y social y que el desarrollo de la mecanización y las nuevas tecnologías agrarias van ligados una reducción de la cantidad de mano de obra necesaria en el sector.
No soñamos con el pasado… pero si creemos tener derecho a un futuro y, por eso no estamos en absoluto de acuerdo con que los poderes públicos, los políticos, los gobernantes, acaben pensando que la agricultura y los agricultores somos un lastre para el progreso, del que conviene desprenderse lo antes posible.
No estamos de acuerdo porque, por esa razón, las Reformas de la PAC se hacen, no pensando en lo que es mejor para la agricultura europea, sino con el objetivo de que la agricultura europea no origine conflictos en la Organización Común del Comercio y no interfiera en las posibilidades de exportación europeas de otras materias primas, bienes de equipo o servicios.
No estamos de acuerdo porque, por esa forma de ver la agricultura como un lastre, las reformas de la Seguridad Social y de la Fiscalidad Agrarias no se hacen pensando en las necesidades de los agricultores profesionales… sino en cuanto deben pagar más para que cuadrar los déficits cero del Estado.
Y no estamos de acuerdo porque, al final, de todo ello se concluye en la agricultura hay que dejar de invertir dinero público y que las medidas de apoyo a este sector no las asuma el Estado (como si ocurre en otros), sino que las vamos a acabar pagando los agricultores a base de recortes de modulación, de retenciones por el artículo 69, de descuentos del 3 % para la reserva y de peajes cada vez que compremos o vendamos derechos.
Después, ya se encargarán los políticos de envolver todo esto con el papel celofán de “la diversificación de la actividad agraria” (porque vamos a cargarnos la agricultura), “el desarrollo rural endógeno” (porque os vais a tener que apañar vosotros solos) y “la fijación de la población en el medio rural” (que con el desacoplamiento parcial viene a ser como el camina o revienta).
Los políticos han aprendido que es más fácil, más rentable para sus carreras y les trae menos conflictos con ministros de Economía, hacer propaganda que hacer política agraria… y los agricultores estamos cada vez más desencantados de nuestra profesión y más vampirizados por las subvenciones, en las que vemos nuestra única tabla de salvación y por las que nos peleamos incluso entre nosotros mismos.
Por eso, en estos primeros días de enero en los que aún cabe ser realistas y pedir lo imposible, y visto el precio de los melones, los ajos y las uvas, vamos a recomendar que en esta nueva campaña se siembren 500 hectáreas de esperanza; 2.000 hectáreas de fe en el futuro; 4.000 hectáreas de sueños y otras 500 de solidaridad entre agricultores para no perjudicar siempre al más débil (aunque no sea de nuestra misma región).
Y en las mejores tierras de regadío vamos a pedir que se planten semillas de buenos políticos amantes de verdad del medio rural. Políticos, tan comprometidos, que cuando estén maduros para el cargo no van a tener tiempo casi de salir en los telediarios, porque van a estar todo el rato en los despachos trabajando para que todos tengamos un futuro mejor.
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