En los últimos años, el tomate se ha ganado el estatus de «alimento funcional», debido a la vinculación entre su consumo y un menor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer. Se trata de una fuente natural de compuestos como el ácido ascórbico, la vitamina E, flavonoides, compuestos fenólicos y carotenoides, incluyendo el licopeno que, además de ejercer una fuerte actividad antioxidante, pueden modular las vías hormonales y metabólicas del sistema inmune.
En un reciente estudio realizado por el Instituto de Biología y Biotecnología del Consejo italiano de Investigación (CNR-IBBA) y la Universidad de Pisa, se ha mostrado que el valor nutritivo y nutracéutico del tomate depende de las condiciones de crecimiento, ya que el contenido de fitoquímicos puede aumentar si la planta crece junto con sus simbióticos naturales, unos microhongos beneficiosos que viven en las raíces y absorben los nutrientes del suelo y los transportan a las células de la planta.
Según los investigadores, la simbiosis micorriza influye positivamente en el crecimiento de la planta y aumenta el valor nutricional y nutraceútico del tomate, ya que contiene mayores concentraciones de calcio (15%), fósforo (60%), potasio (11%), y zinc (28%). Además, la alteración del metabolismo secundario de tomate puede producir aumentos de un 18,5% en el nivel de licopeno.
Recientemente, los polifenoles y el licopeno se han considerado prometedores agentes farmacológicos en la prevención de cierto tipo de cáncer debido a sus efectos antiproliferativos y su acción inhibitoria sobre los receptores de estrógenos humanos.
Los resultados de esta investigación se han publicado en el ‘British Journal of Nutrition’ de la Universidad de Cambridge se ha puesto de manifiesto
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