La Peste Porcina Africana (PPA) sigue avanzando en Europa y otras regiones del mundo, y los alimentos contribuyen a su propagación. Cuando se alimenta a animales sanos con comida o restos de alimentos crudos provenientes de animales infectados, el virus puede llegar a áreas previamente libres de la enfermedad, afectando a los cerdos domésticos. Debido a la estabilidad del virus en el ambiente, se pensaba que también podía transmitirse a través de alimentos para animales, agua y otros materiales. Para investigar esta posibilidad, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) lanzó un proyecto internacional con la participación del Instituto Federal Alemán de Evaluación de Riesgos (BfR) y el Instituto Friedrich Loeffler (FLI).
Los hallazgos sugieren que la transmisión del virus de la PPA a través de alimentos para animales es poco probable y solo se daría en circunstancias excepcionales. A pesar de la introducción de grandes cantidades del virus en distintos alimentos para animales y materiales de cama, el virus infeccioso no fue detectable después de un corto período. Únicamente en remolachas y patatas almacenadas en frío se encontró material viral infeccioso después de un largo tiempo de almacenamiento, lo que se atribuye a la estabilidad del virus en condiciones frías y húmedas. Además, los virus de la PPA no pueden transmitirse a los humanos.
Ante la carencia de datos empíricos, el FLI, en colaboración con el Instituto Veterinario Sueco (SVA) y el BfR, trabajaron en este proyecto financiado por la EFSA desde 2022 para cerrar estas lagunas de conocimiento. El objetivo era examinar la estabilidad del virus en alimentos para animales, materiales de cama y vectores mecánicos bajo condiciones reales de almacenamiento. Se utilizaron 14 tipos de alimentos y materiales agrícolas relevantes, como hierba, ensilado de hierba, heno, corteza, turba, virutas de madera, ensilado de maíz, colza, cebada, trigo, avena, paja, patatas y remolachas forrajeras.
Todos estos materiales fueron contaminados con el virus de la PPA y almacenados a cinco temperaturas ambientales diferentes durante hasta nueve meses. Las muestras se analizaron en distintos momentos para detectar la presencia de virus infecciosos y restos del genoma viral. Los investigadores también estudiaron el papel de tres tipos de artrópodos hematófagos (como los mosquitos) para determinar cuánto tiempo podían albergar el virus y su genoma después de ingerir sangre infectada.
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