El sector agrario ha sido, es y seguirá siendo un factor clave en el desarrollo del tejido económico, social y territorial de Andalucía, la región de mayor diversidad productiva y la mayor potencia agrícola de España. La actividad agraria aporta el 8% del PIB regional y es la principal fuente de empleo de más de la mitad de los municipios andaluces.
Se trata de un sector dinámico, innovador y resiliente. En los últimos 50 años la agricultura andaluza se ha situado a la vanguardia mundial por sus innovaciones tecnológicas en riego, cultivos bajo plástico, nuevas técnicas de siembra y recolección, nuevos sistemas productivos, mejora varietal, mejora vegetal… En todos aquellos campos en los que nos han dejado hemos innovado y mejorado, tanto que constituimos un modelo para otros países. Desafortunadamente nos hemos quedado rezagados en otros campos en los que fuimos pioneros, como el de la biotecnología (a mediados de los 90 en Andalucía se probaron y desarrollaron variedades transgénicas de algodón, remolacha y maíz). El carácter pusilánime de los políticos europeos, más atentos a las redes sociales que a la verdad científica, nos llevó a perder un tren que constituía una de las mejores bazas para hacer frente a los actuales retos.

En las próximas décadas la agricultura tendrá un papel crucial en la búsqueda de la seguridad alimentaria, la preservación del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Son retos irrenunciables: la alimentación (9.600 millones de habitantes en el 2050), la energía (se doblarán las necesidades energéticas y urge buscar un cambio de modelo), el cambio climático (la agricultura es el principal sumidero de CO2) y el agua (verdadero “oro líquido” del siglo XXI).
Con menos suelo fértil, menos agua dulce y más variabilidad climática, sólo un desarrollo tecnológico integral, que ponga en juego todos los avances científicos y técnicos, nos permitirá afrontar estos retos.
Por ello, resultan incomprensibles las críticas infundadas a algunas tecnologías y los vetos a determinadas prácticas y productos que constituyen la base esencial para la implantación de las nuevas técnicas. Este es el caso del glifosato, el herbicida sistémico libre de patente más empleado, que es además la base de la agricultura de conservación, la técnica de cultivo y manejo de suelos más útil en la lucha contra la erosión y el cambio climático.
El empleo de satélites, sensores, drones, mapas de rendimiento, big data…es cada día más frecuentes en nuestros campos. ASAJA ha desarrollado más de una veintena de proyectos por toda Andalucía, en colaboración con centros de investigación y universidades, para trasladar todas estas nuevas tecnologías a los agricultores que, en función de sus necesidades y a la luz de los resultados, las están incorporando. Sin embargo, mientras políticos y legisladores se muevan al son que marque el lobby ecologista-naturalista-animalista corremos el riesgo de seguir perdiendo trenes, y lo que hace ya algunos años ocurrió con la biotecnología agraria puede pasarnos hoy con la agricultura de conservación. Esperemos que en la nueva batalla del glifosato los políticos estén a la altura, superen su síndrome de Estocolmo y pongan más atención a los datos científicos que al twitter.
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