El sector porcino español ha sufrido un cambio espectacular. De una situación inicial de falta de dimensión y competitividad, problemas sanitarios e incapacidad para satisfacer la demanda interna, ha pasado a liderar las exportaciones cárnicas, alcanzando en 2017 casi 5.000 millones. Este ha sido un éxito de los ganaderos y las empresas cárnicas, junto con las administraciones y las asociaciones sectoriales, que ha conseguido convertir al porcino español en el segundo de Europa, tras Alemania y el cuarto del mundo.
En un análisis a largo plazo de las exportaciones de carne de porcino y sus derivados, realizado por Cajamar, se puede ver cómo apenas han sufrido retrocesos puntuales en 3 ejercicios desde 1995 hasta 2017. De hecho, la tasa de crecimiento anual promedio del periodo es de un asombroso 13,3 %.
En lo que respecta a la composición de las exportaciones, la mayor parte es carne, si bien la venta congelada poco a poco está alcanzando niveles similares a los de la carne fresca o refrigerada. Por su parte, la contribución de la carne seca, salada y ahumada (en la que entran los jamones y paletas curados) aunque han ido aumentando los importes vendidos, han mantenido la cuota sobre el total. Finalmente, los embutidos, conservas y preparados han visto reducir su contribución al crecer con menos intensidad que la carne congelada y los ahumados y salados.
Al mismo tiempo que crecían las exportaciones, lo hacía la necesidad de encontrar nuevos mercados para una producción creciente. Así, desde principios del presente siglo las ventas a Europa fueron cediendo parte de su cuota, primero a Asia –principalmente China– y, en los últimos años, también a América.
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