Desde 1961, los rendimientos de los cultivos no han parado de crecer, lo que ha resultado beneficioso para las emisiones de carbono, que se han reducido. De acuerdo con un estudio de la Institución Carnegie, y cuyos resultados se han publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences, entre 1961 y 2005, la agricultura intensiva ha evitado la emisión de 600.000 millones de tn de CO2 a la atmósfera, lo que equivale a 20 años de consumo de combustibles fósiles a los niveles actuales.
Con las actuales prácticas agrarias se utiliza más energía, lo que requiere más emisiones de carbono, en comparación con los métodos usados en el pasado que generaban bajos rendimientos. Sin embargo, la principal diferencia, es que con la introducción de la mecanización, fertilizantes, fitosanitarios y nuevas variedades de semillas se ha conseguido que para producir la misma cantidad de alimentos se haya reducido en un 135% la cantidad de terreno cultivable necesario. La pérdida de áreas naturales para su conversión en tierra de cultivo habría generado muchas más emisiones de gases de efecto invernadero (600.000 millones de tn desde 1961).
Los investigadores también han calculado los beneficios de invertir en la investigación agraria, como estrategia para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Estiman que desde 1961, la investigación agraria ha evitado las emisiones de dióxido de carbono a un coste de unos 4 dólares por tonelada de CO2. Opina que la investigación agraria es una de las maneras más baratas de prevenir las emisiones de gases de efecto invernadero.
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