El campo malagueño envejece y no encuentra relevo generacional. Los jóvenes no muestran el más mínimo interés por seguir la tradición familiar y prefieren dedicarse a otros quehaceres después de contemplar cómo sus progenitores se dejan el alma en unas labores que, además de sacrificadas, están llenas de incertidumbres. Si hasta hace pocos años los agricultores malagueños vivían mirando el cielo –un granizo puede estropear una buena cosecha en un rato- ahora además han de hacer cábalas para obtener una mínima rentabilidad. Y es que, los precios han caído en picado y los costes de producción se han disparado de tal manera que las cuentas ya no cuadran. En teoría, los productores de Málaga tenían que estar este verano de enhorabuena, después de haber soportado una pertinaz sequía que ha durado más de cuatro años. Y ahora que se levanta el decreto de sequía, el optimismo se diluye al ver cómo lo que cultivan no tiene ni precio: basta contemplar los naranjos o limoneros del Guadalhorce, cargados de frutas porque cuesta más recogerlos que dejarlos en el árbol. Y qué decir del aceite, que ha regresado a precios de hace veinte años y ahora está encerrado para ver si repunta. No hay sector que se salve.
Esta realidad se une a un cúmulo de circunstancias que ha hecho que la media de edad de nuestros agricultores ronde los 55 años. Y nadie viene con ganas de tomar el relevo. Así lo asegura Carlos Carreria, técnico de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA) de Málaga: “Los jóvenes identifican el trabajo en el campo con esclavitud y sacrificio. Hasta ahora no ha habido problemas de relevo generacional, se iba transmitiendo de padres a hijos de forma casi automática. Pero la situación ahora es bien distinta. Los jóvenes prefieren trabajar en otra cosa, en muchos casos, influidos y animados hasta por sus propios padres, que les recomiendan que se dediquen a otro sector más estable”.
La tierra, hucha de los empresarios
El problema de la tierra es uno de los primeros hándicaps que han de superar los jóvenes que deseen iniciarse en tareas agrarias. Por un lado, si se trata de emprendedores nuevos, que no tienen tierras, la inversión es tan grande y la rentabilidad de la misma tan baja que empieza el problema número uno: la rentabilidad del campo es, en el mejor de los casos, del 2% sobre la inversión efectuada. Con ese dato en la mano, resulta casi imposible amortizar un préstamo.
Pero, ¿por qué es tan cara la tierra? Primero, manifiesta el técnico de ASAJA, porque se trata de un bien escaso y limitado. Hay que añadir también la presión urbanística de años atrás. Y, además, se trata de una inversión segura. Tal y como dice Carreira, la tierra ha sido la “hucha” de muchos empresarios que han hecho dinero en otros sectores y que han invertido en campo.
Así las cosas, el precio se ha duplicado, y en algunos casos triplicado, en los últimos 20 años. En la actualidad, los precios varían según la calidad y características de la tierra, pero una hectárea puede alcanzar los 60.000 euros y eso si se tiene la suerte de encontrar quien venda.
En vista de que la compra de tierra es una opción que prácticamente hay que descartar, los jóvenes podrían arrendarla. Esta segunda posibilidad tampoco resulta muy fácil, ya que según explica el técnico de ASAJA, los propietarios de terrenos no son muy dados al alquiler de sus fincas por la desconfianza que les genera la posibilidad de cargar su propiedad con una obligación a largo plazo.
Un futuro incierto
Según estas premisas, parece que sólo podrían dedicarse al campo aquellas personas que hereden la tierra. Pero el rizo se riza, y ni siquiera ellas lo tiene tan fácil: “Los impuestos por herencias y donaciones son tremendos. De hecho, es muy frecuente que los herederos se vean en la tesitura de tener que vender un trozo de finca para poder hacer frente a los pagos”, explica el técnico de ASAJA Málaga.
Además, el tamaño de las explotaciones de Málaga es pequeño, por lo que en caso de tener que fraccionarlas entre varios herederos, la dimensión resultante las haría inviables.
Y los privilegiados que sorteen todos estos obstáculos y consigan hacerse con unas cuantas hectáreas, se encuentran ahora con que ya no es suficiente con una buena tierra y unas condiciones meteorológicas favorables: si los precios no levantan, el campo se acaba.
Las perspectivas, como se ve, no son muy halagüeñas para un sector que necesita la incorporación de jóvenes que continúen cultivando nuestras tierras y llenando nuestras despensas. Además, la Administración tampoco facilita muchos las cosas. Existen ayudas de primera instalación para jóvenes agricultores, pero éstas, además de ser muy farragosas, tardan mucho en llegar, por lo que ASAJA Málaga solicita que se ejecuten con rapidez.
A pesar de las dificultades, se atisba un halo de recuperación, ya que el descalabro de la construcción ha hecho que algunos jóvenes miren hacia el campo. Menos es nada.
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