El precio de los alimentos básicos se disparado en el últimos seis meses. El precio del arroz se ha triplicado en los primeros cuatro mes de 2008, el del trigo se duplicó y el del maíz aumentó 46 por ciento. El New York Times ha llamado a este hecho «Crisis Alimentaria Global» y The Economist lo denominó como “tsunami silencioso». Los altos precios internacionales de los cereales unidos a los elevados precios del combustible han supuesto una grave restricción económica sobre consumidores urbanos de los países en vías de desarrollo que dependen en gran parte del mercado mundial. En Haití, Egipto, Camerún, Costa de Marfil, Senegal y Etiopía, los pobres urbanos se han manifestado por las calles.
Sin embargo, es un error contemplar la situación de altos precios internacionales como una causa principal de hambre en el mundo. Los hambrientos del mundo no compran su comida en los mercados internacionales y la mayoría de los países que dependen de las importaciones no están entre los más pobres
Las regiones del mundo con más inseguridad alimentaria son África Subsahariana y el sur de Asia. Estas regiones importan muy pocos alimentos del mercado mundial. Concretamente África Subsahariana solamente el 16% de su consumo de cereales y menos de un 10% del consumo total de calorías. En el sur de Asia la dependencia es aun menor, ya que solo importan un 4% de su consumo de cereal. Por esta razón, los altos precios internacionales tienen poco impacto en los precios domésticos de los alimentos, en cualquier caso mucho menor que las incidencias en la producción local, la situación económica general o los posibles conflictos internos.
Los países más pobres dependen poco de las importaciones simplemente porque carecen de poder adquisitivo y en aquellos en los que existe hambre de forma estructural, esta sucede incluso en situaciones de precios internacionales muy bajos, ya que la mayoría de los hambrientos son habitantes rurales, lejos de los puertos, y su problema no son los precios internacionales, sino otros mucho más cercanos como la baja productividad de los cultivos, el analfabetismo, la deficiente sanidad, o un bajo status social ligado a las etnias o al género. En 2005, un año con precios internacionales muy bajos, la población de 23 de los 37 países de África Subsahariana tenía problemas de seguridad alimentaria y un tercio de la población sufría desnutrición.
Existen sin embargo excepciones a esta desconexión entre hambre y mercados internacionales en países como Eritrea, Liberia, Haití, Burundi y Zimbabwe, ya que estos países dependen de las importaciones en más de un 40% y tienen una dieta media de menos de 2.200 calorías diarias. En estos países concretos los altos precios mundiales sí que pueden ser una causa de hambre, pero éste no es el caso de la mayoría de los países en desarrollo. En los países del norte de África, muy dependientes de las importaciones, la dieta está muy por encima de las 3.000 calorías y los altos precios causarán pérdida de poder adquisitivo y manifestaciones legítimas, pero no hambre. Igual sucede en varios países latinoamericanos que también son muy dependientes de las importaciones de alimentos, pero la renta de estos países es 5 veces superior a la África Subsahariana.
Las causas del reciente aumento de los precios no son del todo comprendidas. Se nombra el creciente apetito de productos animales de China e India, fomentado por el desarrollo económico de estos países, lo que explicaría en el caso de cereales y soja. El boom del bioetanol podría motivar en parte el alza de precios en el caso del maíz. Sin embargo, nada de esto explicaría el aumento de precios en el caso del arroz, que parece más influenciado por decisiones políticas, al haber restringido algunos países sus exportaciones para contener la inflación. Otro factor importante ha sido el comportamiento de los inversores privados que han contribuido al alza de precios por motivos especulativos, al ser atractiva la inversión en materias primas alimentarias por la coyuntura económica.
Por todas estas razones, las fluctuaciones de precio en el mercado mundial no son un indicador particularmente seguro de las verdaderas tendencias del hambre en el mundo y el posible éxito en hacer descender los precios internacionales no sería una solución verdadera, la cual a largo plazo tiene que venir de inversiones mucho mayores en la reducción de pobreza, enfocadas especialmente sobre los pobres rurales de África subsahariana y el sur de Asia. Las respuestas internacionales para la crisis actual se han concentrado en los habitantes urbanos de los países pobres porque hacen más ruido político y están dentro del alcance fácil de las cámaras de los medios de información, Sin embargo, la verdadera crisis alimentaria del mundo se sigue encontrando principalmente en el campo.
Más del 60 por ciento de todos africanos viven y trabajan en comunidades rurales pobres. El pequeño agricultor africano corriente es una mujer que trabaja constantemente y aún así solo gana un dólar al día. Esto es porque no dispone de semillas de variedades modernas, no aplica o apenas aplica fertilizante y carece de riego (solamente un 4 por ciento de la superficie agrícola de África es de regadío). Los agricultores africanos usan herramientas manuales para cultivar la tierra porque no tienen acceso a la maquinaria moderna ni disponen de gasóleo o energía eléctrica. Sus animales están muy afectados por las enfermedades porque no tienen acceso para medicina veterinaria. Muchas mujeres rurales en África tampoco tienen transporte y consiguen la leña y el agua a pie y llevan los productos que tratan de vender del mismo modo. Este estilo de producción agrícola y de vida es a menudo idealizado por ONG de los países desarrollados porque está libre de cualquier dependencia sobre la agroindustria, tiene escasas emisiones de gases de efecto invernadero, y es de facto «ecológico», aunque no certifiquen sus alimentos como tales.
En producción “per capita”, África produce hoy en día un 19% menos de alimentos que en 1970 y si se materializan las previsiones de los modelos de cambio climático, el número de personas desnutridas en África podía triplicarse en 2080, con o sin altos precios internacionales de los granos.
Los gobiernos africanos han hecho muy poco esfuerzo para mejorar las circunstancias de sus propios agricultores, dedicando menos de un 5% de sus presupuestos al sector agrario. Parte de la culpa la tienen también los países desarrollados apoyando esta negligencia; El Departamento de EEUU para la ayuda al desarrollo (USAID) solamente dedica un 1% de su presupuesto en desarrollo rural y en las dos décadas anteriores ha reducido su ayuda para investigación agrícola en África en un 75 por ciento. El Banco Mundial dedicó en 1978 un 30 por ciento de sus préstamos a la agricultura, pero este porcentaje ha descendido en la actualidad a solo un 8 por ciento.
Una razón de esto fue que los países ricos consideraron el desarrollo agrícola como secundario después de la situación de bajos precios internacionales de los años 1970, 80 y 90, pensado que los problemas de alimentos en el mundo habían sido solucionados por ello. Sin embargo, utilizar los precios internacionales como un guía para la política para paliar el hambre y la desnutrición era tan poco fiable entonces como lo es ahora.
Afortunadamente, existen actualmente algunos indicios de que se podrían reavivar inversiones a largo plazo en infraestructura rural y productividad de la producción local en África. El nuevo presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick de B, anunció recientemente un plan para aumentar los préstamos agrarios para África el próximo año y en los dos años anteriores la Fundación Bill y Melinda Gates ha aumentado sus ayudas dirigidas a las necesidades de los agricultores pobres en África.
Una inversión que sería particularmente útil para combatir la pobreza en Africa sería la obtención de plantas agrícolas capaces tolerar la sequía. Las empresas biotecnológicas de los países desarrollados están investigando actualmente esta característica en maíz utilizando la ingeniería genética y este maíz OMG tolerante a sequía podría estar disponible en esos países en los próximos años, pero dirigido a maíz amarillo para fabricar pienso de animales. Los agricultores de África necesitarían esta característica en el maíz blanco de consumo humano directo. Sin embargo, los gobiernos africanos se sienten bajo presión de no aceptar el cultivo de OMG bajo amenaza de no perder mercados de exportación en la Unión Europea.
Los europeos, bien alimentados, no necesitan la productividad adicional que puede proporcionar la biotecnología. Sin embargo los países en vías de desarrollo carecen de esta abundancia y no pueden permitirse ese lujo.
Política de comentarios:
Tenemos tolerancia cero con el spam y con los comportamientos inapropiados. Agrodigital se reserva el derecho de eliminar sin previo aviso aquellos comentarios que no cumplan las normas que rigen esta sección.