La agricultura orgánica (bio o ecológica) es una industria que mueve ya muchos millones, promovida por una gran propaganda de grupos activistas y subsidiada por los gobiernos. Los supermercados también apoyan los productos de esta agricultura, en tanto en cuanto suponen un mayor valor añadido y volumen de negocio. La mayor parte de las revistas de estilo de vida dan por supuesto gratuitamente que los productos «ecológicos» son más saludables o más seguros que los convencionales, e incluso algunos llegan a afirmar incluso que saben mejor. Cuestionar estas aseveraciones propagadas por los propios interesados es para muchos algo anatema, cuando no un sinónimo evidente de un alineamiento con los oscuros intereses de las arteras multinacionales norteamericanas o de la política de Bush.
El movimiento de la agricultura orgánica fue inspirado por el misticismo de Rudolf Steiner, que postulaba sembrar de acuerdo con las fases de la luna, enriquecer el suelo mediante cuernos de vaca rellenos de entrañas y que los fertilizantes químicos dañaban el cerebro. La filosofía de Steiner se basaba en que la naturaleza y «lo natural» es siempre bueno, mientras que la ciencia es peligrosa.
Las asociaciones de la agricultura bio actuales, como la Soil Associaton británica, estiman que esta agricultura no puede ser juzgada por criterios científicos, ya que «las herramientas de la ciencia actual no están suficientemente desarrolladas para medir sus virtudes”. Sin embargo, no dudan en airear cualquier estudio académico que favorezca las teorías de la agricultura bio aunque sea de forma mínima o poco concluyente. Lo contrario de lo que hacen con los trabajos científicos en su contra, que son a su juicio siempre irrelevantes o influenciados por la industria de agroquímicos o de biotecnología.
La Soil Association rechaza de forma particular el que la Agencia Alimentaría del Reino Unido (FSA), un organismo científico independiente, se niegue a avalar que los alimentos bio supongan algún beneficio para la salud o sean más seguros que los convencionales, habiendo afirmado siempre que no existe evidencia científica alguna que avale esta creencia.
Se argumenta que los productos ecológicos son más seguros por utilizar productos naturales, pero esto carece de fundamento ya que lo natural no es sinónimo de seguro: las afalatoxinas, la ricina o la toxina del botulismo son substancias naturales muy tóxicas. Por el contrario substancias químicas totalmente sintéticas como las sulfonamidas o el paracetamol son consumidas normalmente como medicamentos.
En cuanto a los residuos de pesticidas, existe una gran disparidad entre la percepción de los posibles riesgos y la realidad de los hechos. No se conocen casos de muertes relacionadas con los residuos de pesticidas en los alimentos y una sola taza de café contiene substancias cancerígenas naturales equivalente al contenido medio del consumo de residuos de fitosanitarios en la dieta de todo un año. Lo coherente además es que si existe preocupación en cuanto a los residuos de pesticidas, lo que se debería promover es las variedades genéticamente resistentes que evitan o reducen el uso de estos productos.
Se dice también que los productos bio son más frescos o saben mejor, pero no hay tests objetivos que se hayan publicado que avalen esta afirmación sobre la base de tests ciegos, comparando exactamente el mismo producto cultivado y comercializado en las mismas condiciones con la sola diferencia del sistema bio y convencional . Además una gran parte de los productos ecológicos son importados, incluso de grandes distancias, no siendo ni frescos ni respetuosos con el medio ambiente en el sentido de consumir más energía en su transporte.
También se argumenta que la producción bio beneficia la vida silvestre, pero según diversos estudios el mayor o menor impacto sobre el medio ambiente depende del método de gestión no del sistema de agricultura. En general la agricultura integrada basada en los hechos constatados y no en el prejuicio de que “lo natural” sea siempre mejor, tiene mejores resultados en este sentido que la agricultura “bio”. Los mejores resultados para la vida silvestre se consiguen, no obstante, con la técnica de siembra directa y mínimo laboreo. La agricultura “ecológica” depende del arado que rotura el suelo alterando su perfil, consumiendo una gran cantidad de energía fósil, destruyendo nidos y favoreciendo la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera.
Incluso aunque fueran verdad las supuestas virtudes de agricultura “ecológica”, su principal desventaja es su ineficacia. Los cultivos bio tienen un rendimiento por hectárea entre un 30% y un 50% inferiores a los convencionales. Esta ineficacia tiene importantes consecuencias sobre el medio ambiente, ya que es necesario roturar más tierra para producir lo mismo y es muy importante sobre todo en cuanto a afrontar los problemas de la agricultura a nivel global y de forma particular en los países más desfavorecidos
En los próximos 50 años será necesario alimentar 3.000 millones de personas más en el planeta a la vez que aumentar su nivel de vida. Actualmente hay ya un grave problema de escasez de agua dulce y de tierra cultivable. En muchos lugares del mundo una agricultura ineficiente, que en muchos casos pasaría los estándares de “ecológica” en el bienestante mundo desarrolado, es responsable de la deforestación de selvas tropicales de gran riqueza en biodiversidad.
¿Qué contribución está haciendo a este problema la agricultura “ecológica”? En palabras del biólogo indio CJ Prakash, la única contribución de la agricultura bio a un desarrollo sostenible es sostener la pobreza y la desnutrición.
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